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27 El amor es ciego, pero los vecinos no. Clarasó   por   Rafa*
 
 
DaniloAlberoVergara 8/21/2017 | 09:52:01 a.m.  
 
De finales y comienzos, citas
por Danilo Albero Vergara
Tags:
  literatura   relatos   literatura latinoamericana   narrativa argentina   Danilo Albero Vergara   escritores argentinos   novelas   escritores latinoamericanos
 

Domingo 20 de agosto

Alguna vez reflexioné acerca de la figura retórica prolepsis, sobre su eficiencia como recurso narrativo y cité algunos ejemplos de ella aplicados a relatos. Partiendo de la estructura del cuento clásico, y su orden lógico: principio, medio, fin; la prolepsis, al empezar por contarle al lector el medio o el final de la historia es un ardid contundente. También, a propósito de la estructura del cuento clásico, mencioné un comentario del Manual del perfecto cuentista de Horacio Quiroga sobre la importancia del final en un relato, porque acota: "Me he convencido de que del mismo modo que en el soneto, el cuento empieza por el fin"; creo que es una de las mejores comparaciones y consejos que he leído de un escritor para otros escritores, una gimnasia insuperable para un prosista es cultivar el hábito de la poesía.

Además, la observación de Quiroga vale aún en el caso de los llamados relatos de final abierto, donde el narrador desarrolla, o dicho de otra manera abre el interrogante, sobre circunstancias no esperadas por el lector, situándolo en situación de forzar la imaginación para completar el final o rellenar vacíos.

Uno de los textos canónicos de final abierto es, sin lugar a dudas, The Killers (Los asesinos) de Hemingway y casi un manifiesto de este tipo de relatos. Este principio de final abierto también es conocido como "Teoría del iceberg" y fue enunciado por el mismo Ernest Hemingway cuando escribió "If a writer of prose knows enough about what he is writing about he may omit things that he knows and the reader, if the writer is writing truly enough, will have a feeling of those things as strongly as though the writer had stated them. The dignity of movement of an iceberg is due to only one-eighth of it being above water" ("Si un escritor en prosa sabe bien acerca de lo que está escribiendo puede omitir cosas que conoce y el lector, si el escritor escribe con suficiente veracidad, tendrá una impresión tan fuerte de estas cosas como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad del desplazamiento de un iceberg se debe a que sólo un octavo de él aparece sobre el agua").

Vuelvo sobre Horacio Quiroga porque, curiosamente, no habla mucho acerca de la importancia del principio de un relato, aunque menciona, el comienzo ex abrupto -no confundir con exabrupto- o ’in media res’: “He notado que el comienzo ex abrupto, como si el lector conociera parte de la historia que le vamos a narrar, proporciona al cuento insólito vigor"; y el mejor ejemplo de este consejo lo revela con la apertura magistral: "Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia".

Hay otro aspecto que me atrae de los finales y comienzos: es cómo aparecen en novelas. En mi caso, el mejor comienzo -o final- de una novela es el último que me ha gustado y, al momento de escribir estas líneas, trato de recordar algunos que me hayan parecido contundentes y pueda recordar de manera "espontánea" para poder buscar los libros y citarlos. De manera deliberada omitiré el fatigado arranque macondiano.

En mi caso particular, a la hora de elegir una novela para leer es fundamental su comienzo; además, confieso, tengo un vicio poco recomendable, luego de las primeras páginas, ya atrapado por los personajes y la historia, leo el final. Este poco recomendable hábito obedece a que no me gusta el suspenso en narrativa, saber cómo termina la novela alivia mi ansiedad congénita y me permite disfrutar de la lectura. Recorro mi biblioteca de memoria y veo que no son tantos, como los sobrevivientes del naufragio de las naves troyanas en la Eneida: Adparent rari nantes in gurgite vasto; ("Desperdigados aparecen algunos nadando en la amplia boca").

El primero que nada en la tempestad es: "Desde la puerta de 'La Crónica' Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?", Conversación en la Catedral, Mario Vargas Llosa. Relumbra otro: "El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto", Neuromante, William Gibson. Y otro: "Era el mejor de los tiempos y el peor; la edad de la sabiduría y de la tontería; la época de la fe y la época de la incredulidad; la estación de la Luz y la de las tinieblas; era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación", Historia de dos ciudades, Charles Dickens. Y otro, y otro y más.

Pero si en este momento debiera optar por uno solo, sin dudar elegiría: "Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía mucho tiempo. Precisamente a causa de la guerra. Así que, en octubre, Albert recibió con bastante escepticismo los rumores sobre el armisticio. Les dio tanto crédito como a la propaganda del principio, que aseguraba, por ejemplo, que las balas de los boches eran tan blandas que se estrellaban contra los uniformes igual que peras pasadas, y provocaban las carcajadas de los regimientos franceses. En cuatro años, Albert había visto la tira de tipos muertos de risa por el impacto de una bala alemana". Pierre Lemaitre, Nos vemos allá arriba.

Los finales me la ponen más difícil porque me cuesta más recordarlos sin esfuerzo, pero veo flotar uno en la tempestad de evocaciones -ya que no de la Eneida-: "¡Vanitas Vanitatum! ¿Quién es feliz en esta vida? ¿Quién consigue lo que desea y, habiéndolo conseguido, está satisfecho? Vamos niños, devolvamos los títeres a su caja y cerrémosla bien. Es hora de bajar el telón", La feria de las vanidades, William Makepeace Thackeray. Comer e coçar é só começar, dicen los brasileños, también recordar finales de novelas: "Feliz de haber llegado hasta el punto de poder alegrarme de la dicha de otros sin resto de pesar, sensación de carencia o aprensiones imaginarias, abandoné la habitación que, en mi juventud, había sido mi sala de tortura, y me volví a mi casa, a mi soledad, mi trabajo y mis combates", Solo de August Strindberg.

Nuevamente, de tener que optar por uno me quedaré con: "Ha pasado un día, un día que nada ha venido a oscurecer. Un día casi feliz. De estos días, cuando termine su condena habrá pasado tres mil seiscientos cincuenta y tres. Los tres más, a causa de los años bisiestos...", Un día en la vida de Iván Denisovich, de Alexandr Solzhenitsyn.

A propósito de la teoría del iceberg de Hemingway alguna vez escribí un relato que no me termina de gustar pero, como dice el proverbio francés: Il n'y a pas de grenouille qui ne trouve son crapaud (No hay rana que no encuentre su sapo), es decir, por fea que sea una joven siempre puede encontrar marido; de ese relato recupero un análisis que escribí sobre la teoría del iceberg y que destraba la trampa cazabobos (booby-trap) que usa Hemingway para que esta técnica le salga tan redonda.

Y vuelvo al proverbio francés porque, antes de avanzar, releí estas líneas desde el comienzo, hice algunas correcciones y vi que "por fea que sea una joven siempre puede encontrar un marido" puede ser interpretado como una elección machista y, en estos tiempos de corrección política, hay que ser muy cuidadoso a la hora de escribir algo que tenga una leve esencia de machismo. Estas precauciones para no parecer como "incorrecto" me recordaron a una de las mejores definiciones que he leído sobre dictadura o totalitarismo: "Es un sistema de gobierno donde lo que no está prohibido es obligatorio". Vuelvo sobre el proverbio francés y lo "reinterpreto" de un modo políticamente correcto, "por feo que sea un joven siempre puede encontrar una esposa".

Deberé volver sobre mi cuento y para trabajar sólo en el análisis de la booby-trap que usa Hemingway para que sus relatos de final abierto le salgan tan redondos.

 

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