Eso decía ella, a la madrugada.
Aunque yo no podía saber cómo lo sabía, ya que no podría verse a sí misma la cara contraerse, abrir la boca y suspirar recuperando en el acto el oxígeno que parecía faltarle, emitiendo una especie de estertor que me despertaba.
A veces, en mis propios sueños, aparecía ese graznido, convertido en algo retorcido, mayormente cruel que poblaba de pesadilla mis sueños hasta que me despertaba y me convertía en espectador irritado, de la apnea, casi muerte.
Nada convence a la razón de que es un acto inconsciente, algo en un instinto vertical escala hasta tus intenciones y se genera un sentimiento peligroso, suelto y alocado que lo único que te hace pensar es en eliminar el problema.
Los que duermen con personas que roncan lo saben. Es un momento que te genera un irrespeto profundo por la humanidad y la vida, sencillamente es un momento que te define como futuro asesino o no.
Yo no llegué a tales extremos, pero un día, se me ocurrió que debía haber algún modo de cerrar esa caverna, esa boca que era como un agujero negro, se tragaba menos dosis de aire que de mi tranquilidad.
Fue así que comenzaron los experimentos. Un día usé una hormiga. Me resultó más difícil encontrar una hormiga que lograr que una vez que encontré el método y la hormiga, verla deslizarse por la caverna y desaparecer ignota entre graznidos indiferentes.
No pasó nada, la hormiga fue un soldado poco eficaz.
Luego, lo intenté con una mariposa, sólo para fracasar estrepitosamente, porque aunque me tomé el trabajo de buscar una pequeña que no existía en la casa, me llevó toda la tarde ir al Botánico y atraparla. Pero me faltó conocimiento naturalistas. Aunque puedas atrapar una mariposa no la puedes obligar a meterse en una fosa oscura.
No vayan a creer que no pensé en arrojar un fósforo a ver si la mariposa se avivaba de seguir el brillo, pero me pareció que la despertaría antes que la mariposa pudiera seguir ese brillo, o, que en su defecto, la humedad de la caverna apagara la llama y de todos modos fracasara en el intento.
Luego pensé en una polilla, es un bicho, creía, más previsible, más fácil de conseguir, y supuse, más domesticable.
Fue difícil, tuve que realizar una investigación más amplia, y al final, encontré polillas en una caja vieja de esas que se guardan en el fondo de los roperos, y aunque me desagradó tener que desenterrar esa caja, a la vez me proveyó del método para que hiciera lo que esperaba de ella.
No tenía más que tomar un elemento de la caja, del nido de la polilla, algo que se parecía a un viejo pullover, carcomido y con extraño olor, y usarlo como carnada, arrojándolo en la fosa, para darle a la polilla una buena razón para meterse adentro.
Nada ocurrió como lo planee, la polilla no parecía advertir que iba arrojando bolitas de lana en la fosa, y ella, tosía primero un poco, provocando una irregularidad en la apertura de la fosa.
Me aburrió el método y la polilla no se daba por aludida, se quedaba caminando alrededor de la fosa, y cuando mi mano se alejaba un poco, insistía con escapar, lejos de mí y lejos de los deliciosos bocadillos que se iban por la boca.
Una araña fue la próxima candidata, era fácil de encontrar, había varios tamaños para elegir, y por el contrario de las hormigas, mariposas y polillas era afecta a la oscuridad, de manera que no había que tenderle celadas para convencerla de entrar en la fosa.
Con las arañas fue un éxito, se metían en la fosa hasta con deleite, y aunque provocaban una discontinua línea de toses y chasquidos con la lengua, las arañas eran espectaculares, podías ver las patas tanteando el espacio, casi flotar sobre el aire que emitía el graznido, pero aferrarse al borde, sin amilanarse, tanteando, indecisa, hasta que yo la convencía con un empujoncito, un soplido y adentro.
Todo tan iba bien, que dejó de molestarme la Apnea, casi muerte, y lograba dormirme de buen humor, contento, como quien sabe que ha tenido éxito en algo tan improbable.
Pero el humor de ella comenzó a cambiar, a mostrarse hosca, a mirarme fijo, como si supiera o como si sospechara, así estuvo por varios días, semanas diría, lo que en el medio me hizo suspender la actividad nocturna de las arañas, supuse que quizás me había descubierto buscándolas.
Un día, en el desayuno, me tomó de las manos, me miró más fijo aún y me dijo muy seria: Basta, no aguanto más, me cuesta mucho dormir con tus ronquidos, no hay caso, no lo soporto más, te quiero, pero entre tus ronquidos y mi apnea, me despierto muy mal, así que desde hoy dormís en la sala y pensemos cómo vamos a hacer, pero necesito que durmamos en habitaciones separadas.
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