Antes me gustaba que los hombres se cuidaran. Pero mi idea de cuidarse es que tuvieran buen olor, y tuviera ese aspecto tan sexies de recién bañados, con el pelo mojado, y aliento fresco.
Ahora, la playa se llenó de duplicados de Fort.
Musculosos, que se la pasan exhibiendo pectorales y tatuajes, que se nota que están en vidriera en vez de relajados en la playa.
No pasa nada con esos, se dejan mirar nada más, no los verás conversando con mujeres, están reunidos entre ellos.
La razón parece simple: no saben hablar, no tienen de qué hablar y si hablan, es para decir cosas como “viste Clarita, qué guacha”; iguales que fiambres envueltos al vacío, aptos para el consumo, pero no pretendas rellenarlos, están huecos.
Aunque no es la única razón.
Me divertí en el verano, bailé, estuve todas las noches en la parada con música quenchi, y amigos que viajamos juntos, pero no dejamos de notar esta nueva tribu.
En un principio me entusiasmó.
Te miran como si vos fueras el bicho raro cuando te atreviste a llevar a la playa un libro de Paul Auster, a partir de ese momento se apartan como si fueras contagiosa.
Cuando no están para que los mires, te los encontrabas en los negocios de venta de gel, cosméticos o productos que antes eran de exclusividad de las mujeres, protectores labiales, crema para el cuerpo, cuando no los veías en terapias de masajes en la playa o en un Spa.
En los restaurantes, un cambio impresionante, ya no la clásica milanesa con papas frita o la clásica hamburguesa, sino unos sándwiches light, con elementos naturistas.
Los vi en los supermercados leyendo los componentes y conversando sobre si los productos contienen grasas o con alto colesterol.
Intenté conversar con uno que se me acercó en la barra de un bar en la playa. Sólo por la curiosidad que me causó, ya que me apareció el prejuicio que la mayoría no está muy interesado en mujeres.
No era así, hubo muchos que miraban mujeres, e incluso se me acercó más de uno, que huía más o menos rápidamente luego que le preguntaba qué hacían, la mayoría reticente a contestar en algunos casos me confesaron que se habían presentado en Soñando por bailar, o programas así.
No hay nada que me deserotice más que ver un hombre más pendiente de sus pectorales que de la calidad de la conversación, que sea capaz de gastar una fortuna en una crema humectante y sobre todo se te acerque para que los asesores sobre cómo conseguiste el excelente bronceado, en vez de preguntarme sobre mis intereses y se queje del costo del cine o del teatro.
El culto al físico ha desplazado la cultura, esa es la realidad. Y ya las minas quedamos en un plano de objeto de complemento.
Si no sos delgada y algo atlética no combinás con pectorales, no te quieren a su lado, prefieren mostrarse con otros hombres, iguales de musculosos, que se usan unos a otros como obras en un museo.
Me gusta mirarlos, algo en mi naturaleza se siente atraída, pero evito su compañía, mi razón puede más, por ahora, tal vez, por suerte quizás, o soy una tonta, ya que mi amiga Romi (me va a matar por mencionarla), la pasó genial, dijo, y se enojó un poquito conmigo por no seguirle la onda, sobre todo porque parece que le insistían para que me convenza de acompañarla.
Pero no me gusta sentirme un objeto opcional, no me divierte. Ya debo haber dejado la adolescencia de verdad.
Ahora me preocupa el rol de las mujeres, me molesta que el mundo esté tomando esa dirección, no sé será que esto es madurar.
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