Étimo
Danilo Albero Vergara escritor argentino, ensayos literarios, literatura argentina

Años atrás ─maravillas del Video Club de Marcos─ me puse al día con las películas de los Hermanos Marx y mi protagonista favorito pasó a ser Harpo, el mudo. Harpo era el músico del conjunto, tañía el arpa ─su versión de Rapsodia Húngara Número 2 de Liszt es de antología─; para llamar la atención, soplaba un silbato y luego se comunicaba por señas, que eran interpretadas por su hermano Chico, anticipándose en años a los programas de televisión con el recuadro con interpretación en lengua de señas, pero en este caso al revés, de la gesticulación de un mudo trascripta al leguaje verbal. Cada vez que lo veía a Harpo pensaba que su nombre vendría del inglés harp (harpa). Pero una extraña coincidencia me llevó en otra dirección.

Una cita que leí en una nota cultural donde se mencionaba a Harpócrates, citado en The Masks of God: Occidental Mithology, me llevó a mi biblioteca a consultar al texto en un volumen de la tetralogía de Joseph Campbell: “Harpócrates, versión tardía del dios Horus Niño, representado con el dedo índice de la mano izquierda en la boca ─como una criatura chupándose el dedo─ y una cornucopia bajo el brazo derecho. En la cosmovisión de la cultura grecorromana esta imagen fue interpretada como si tuviera el índice atravesado sobre los labios, como invocando a mantenerse silencio y guardar secretos”. Y esta lectura me retrotrajo a las comedias de los hermanos Marx y arrojó dudas sobre la semántica del nombre. Hasta ese momento estaba seguro del origen del nombre de Harpo en las comedias de los hermanos Marx; pero, ¿será que los integrantes del cuarteto cómico eligieron ese nombre por Harpócrates, dios del silencio? El próximo paso de esta suposición del nombre de Harpo fue indagar en la etimología y evolución de las interpretaciones de esta divinidad paleocristiana.

Para los egipcios, el dios Horus Niño era Harpajered, de su helenización ─y reinterpretación de atribuciones en el mundo grecolatino─ el nombre metamorfosea en Harpócrates. De donde el origen de las palabras, y de los nombres propios muchas veces es clave fundamental a la hora dar vida a un personaje como bien enuncia Borges: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de 'rosa' está la rosa / y todo el Nilo en la palabra 'Nilo' “.

Harpócrates no fue el único caso de una transformación radical, por su parte, Ovidio nos cuenta, en Metamorfosis, cómo, el apuesto hijo de Hermes y Afrodita (Mercurio y Venus) llegó hasta el arroyo de la ninfa Salmacis que quedó enamorada del doncel, pero éste la rechazó. Un día el joven se desvistió y se lanzó a nadar al arroyo; la bella Salmacis se abrazó a él forcejeando mientras rogaba a los dioses que nunca los separaran; los olímpicos le concedieron su deseo, y ambos cuerpos se fusionaron en uno. Así se combinaron en una sola persona características masculinas y femeninas, Hermes y Afrodita llamaron a su hijo Hermafrodito; de su nombre deriva el término hermafrodita.

Cuando adoran la efigie de Cristo crucificado, pocos cristianos son conscientes de que crucifijo y cruz derivan del verbo latino cruciare (torturar), de donde deriva cruciator (verdugo). Con el advenimiento del cristianismo las personas no bautizadas fueron llamadas paganos ─según la RAE: “Que no es cristiano ni de ninguna de las otras grandes religiones monoteístas. Especialmente referido a los antiguos griegos y romanos”─. La raíz de la palabra se remonta al latín paganus (aldeano, rústico) así llamados quienes vivían en el pagus (aldea), gente del campo no catequizada y aferrada a las antiguas religiones rurales del culto a la naturaleza. Así los cristianos, fundados en el hecho de que la antigua idolatría persistía en las zonas y aldeas rurales, después de que su religión ya era aceptada en pueblos y ciudades del Imperio Romano, dieron origen a los paganus, ahora con una connotación herética. Pero además, los paganus, vivían en las villas rurales, las villae (casas de campo o propiedades rurales); y en el latín medieval se acuña el término villanus, sinónimo de aldeano, pero también cargado de la connotación de ruin o malvado (en francés vilain, y en inglés villain, con idéntico sentido).

Erwin Panofsky ha estudiado los intentos de la iglesia, a partir del siglo XI, de investir la Metamorfosis de Ovidio de una carga simbólica y alegórica específicamente cristiana, surgieron así distintas versiones, en francés, inglés y español de Ovidio moralizado. Maguer esta reescritura, el vigor de este Ovidio, ciego rapado y encadenado como el Sansón bíblico, iluminó, con su vigor remanente, la literatura y las artes del Renacimiento y, en el caso de nuestro idioma, el Siglo de Oro español.

A este proceso creativo, Panofsky lo llama “principio de disyunción”: básicamente: “cada vez que en la Edad Media, Plena y Tardía una obra literaria o de arte toma su inspiración en un modelo clásico, esa forma es investida de una significación no clásica, normalmente cristiana; y cada vez que en la Edad Media, Plena y Tardía, una obra literaria o de arte toma su tema de la historia, poesía o leyenda clásica, ese tema siempre es presentado en forma no clásica, por lo general, contemporánea”.

Un vocablo adecuado para esta sucesión de operaciones culturales y lingüísticas es étimo (del griego etymos: verdadero, efectivo), para la RAE: “Raíz o vocablo de que procede otro”. Ahora, étimo no solo se aplica a las palabras, también se puede aplicar a ideas o conceptos, y algunos puede ser reaccionarios y perniciosos.

Tan totalitaria como la censura eclesiástica con los Ovidios moralizados, lo es la “corrección política” cuando aplicada al arte y la literatura; ya arremetió contra Mark Twain y Diez negritos, siguió con la obra de Roald Dahl; y ahora acomete contra la saga de James Bond.

 

 





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