Palabras y etimologías
Danilo Albero Vergara Escritor argentino

Tengo una relación de respeto muy especial con las palabras y sus etimologías, en cualquier idioma que consulte. Al igual que los proverbios, las etimologías encierran relatos ocultos. Es raro el día que no visito el diccionario de la RAE y lo primero que consulto al abrirlo es un hipervínculo, a la derecha, bajo el título LA PALABRA DEL DÍA. La de hoy, domingo 8 de enero 2023, es helicicultura: “cría de caracoles como el Helix aspersa, caracol terrestre común”. La etimología, siempre según la RAE, es más interesante todavía: “del latín científico helix derivado este del griego élix (cosa en forma de espiral)”.

Y la etimología de helicicultura es interesante porque el llamado “latín científico” no es el que hablaban los contemporáneos de Julio César, Ovidio o Virgilio. De hecho, para ellos, helix significaba ─y sigue significando─ hiedra. Este “latín científico” es un invento que tiene cinco siglos de edad y es llamado “neolatín”, creado por el científico sueco Carlos Linneo. Linneo ─o Carolus Linnaeus como dio en llamarse─ creó la nomenclatura binomial ─como Helix aspersa, referido en helicicultura por la RAE─ para nombrar cada especie viva con un nombre único de dos palabras, latinas o latinizadas, que dan el género y la especie, cuyo conjunto es el nombre científico. Este nombre científico identifica a cada especie viva como si fuera su nombre y apellido, siendo que el apellido, va en minúscula y a veces es doble. Y ya que estamos, son nombres y apellidos con prosapia y linaje ─si bien este linaje no es derivado de Linneo─, no es lo mismo tener en casa un gato o un perro que un Felix catus de Angora o un Pointer Canis lupus familiaris.

No sabemos exactamente cuando el hombre, auto denominado en nomenclatura binomial Homo sapiens sapiens, comenzó a hablar, pero casi todas las religiones dan al don de la palabra un origen divino. Ya en las primeras páginas de la Biblia, sabemos que Dios creó al mundo con palabras pero, y antes que nada, el primer día, ordenó el caos separando la luz de las tinieblas; recién al sexto colocó al hombre y la mujer sobre la tierra, los últimos seres vivientes después de que Dios ordenase los reinos vegetal y animal. Más adelante nos enteramos de que, en un principio, todos los hombres hablaban una sola lengua y pretendieron hacer una torre para llegar hasta el cielo; el Señor, al ver ese proyecto, confundió la lengua de los hombres para que no se entendieran entre ellos y la torre de Babel no se completó; fue el origen de los idiomas, intérpretes, lenguaraces y trujamanes.

Por su parte, en la primera Sura del Corán, el arcángel Gabriel le dice a Mahoma que Dios le ha enseñado al hombre el uso del cálamo, es decir a fijar la palabra por medio de la escritura.

No solamente los idiomas son una barrera para entenderse, muchas veces si se utiliza un lenguaje técnico no accesible al interlocutor, las personas no pueden comunicarse de manera comprensible. En la película El síndrome de China (1979) el ingeniero Jack Godell (Jack Lemmon) descubre, en la planta nuclear que supervisa, un error en la construcción que puede provocar un desastre; cuando intenta detener su funcionamiento y explicar a los camarógrafos el porqué de su decisión, fracasa en su intento por usar una terminología incomprensible para la audiencia. Siete años después ocurriría el desastre de Chernóbil; la vida imita al séptimo arte.

Como todos los seres vivos, las palabras y etimologías, tienen familias, parientes y dejan descendencia. Pero suele ocurrir que, desaparecidos los objetos o actividades que designan, se extingue la cadena de vocablos y maneras de pensar o vivir ligadas a ellos. Algunas son sepultadas en fosas comunes; otras, como en muchos cementerios, sobreviven en una lápida que recuerda nombre o historias cada vez más distantes y desconocidas. Un ejemplo de estas últimas es el garo (del latín garum), condimento en base a pescado fermentado, utilizado por los antiguos romanos como hoy nosotros la mostaza, mayonesa y kétchup. Así como de una antigua lápida, con un nombre y un par de fechas patinada por el tiempo, desconocemos la vida de la persona que indica su sepultura, ignoramos como se elabora el garo o garum.

Un informe publicado hace un par de años revela que en el último siglo, la RAE, ha dado de baja a más de 3000 palabras. De la misma manera, como si tratara de la torre de Babel, no todas las culturas tienen la misma cosmovisión y su lenguaje, ocasionalmente, designa modos de sentir o relacionarse, absolutamente incomprensibles en otras civilizaciones. Inclusive ocurre en nuestro propio idioma; en español, tenemos el Diccionario de autoridades, que ayuda a comprender el sentido de algunas palabras en otras épocas, imposible transitar por textos del Siglo de Oro sin recurrir en algún momento a él.

También con frecuencia, surgen nuevas palabras, repetidamente con el uso de sufijos, tal el caso “azo”, “aza” y sus compuestos, que pueden tener valor aumentativo, laudatorio o peyorativo. Tenemos así un cabronazo y una madraza; también nuestro “Cordobazo” y los colombianos su “Bogotazo”.

En 2019, a raíz del arresto del líder narco Ovidio Guzmán López en Culiacán, estado de Sinaloa, su banda tomó por asalto la ciudad y, por orden del presidente López Obrador, Guzmán López fue liberado por las fuerzas de seguridad “para evitar un baño de sangre”. A raíz de este enfrentamiento se compuso y popularizó el narco corrido Ovidio Guzmán, el Rescate y los mexicas acuñaron el término culiacanazo, para definir situaciones tan extrañas como posibles.

Otra palabra de rara etimología, porque raros son los términos que designa, es hápax, utilizada para designar vocablos que aparecen registrados una sola vez en un idioma, derivada del griego hápax (una sola vez) y legómenon (decir). Y los términos que designan son tan raros que, como la fórmula del garum, ignoro algún ejemplo.

Porque las etimologías y las palabras, suelen ocultar entre sus pliegues arcanos mensajes, locuaces en sus secretos. En nuestro reciente viaje a México pude ─cuando no, fisgón y metiche en charlas ajenas─, registrar una conversación de dos jóvenes en el Metrobús; uno al parecer interesado afectivamente por la hermana del otro: “ella me platica muy poco”; “es que ella habla con sus silencios”; “pues si es por eso, ella me habla hasta por los codos”.

 

 

 

 


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