Literatura en tiempo de Covid-19
Danilo Albero Vergara escritor argentino

En miserias del coronavirus, me detuve en una de sus historias más simpáticas de El Decamerón, novela escrita hace seis siglos, contemporánea con la peste bubónica, y cuyos relatos de distinto tenor: historias trágicas, sexo, travestismo, necrofilia, sabias reflexiones con sentido común o filosófico, y que siguen teniendo valor al presente.

Quizás en descargo de los émulos de Boccaccio contemporáneos, se puede decir que éste no escribió apremiado por la necesidad de “ser noticia permanente para no quedar afuera y decir algo brillante para ser replicado”, hablo de esa suerte de estimulador de ego que son las redes sociales ─mejor, “vibrador o consolador para el ego”, porque hasta la sexóloga Alessandra Rampolla –cuidado con la rima del apellido–, recomienda la masturbación, la simple abstención o el sexo virtual. Esta demanda autoerótica de las redes virtuales me trae a recuerdo una denostación de Quevedo hacia un rival poético, de quien dijo: “vive amancebado con su mano”; pues bien, hoy los hay quienes viven amancebados con sus teclados.

Y esto viene a cuento porque esta pandemia, invento chino como la pólvora, ha exaltado hasta el paroxismo el estilo gonzo, que se centra en el rol del narrador como parte de la noticia o relato. Ciertamente este género ha dado novelas y relatos magistrales, pero es más viejo que el papel, otro invento chino, y lo encontramos en Anabasis de Jenofonte, y Marco Polo, entre nosotros el sin par Horacio Quiroga escribió, en abril de 1920 una nota espectacular en Caras y Caretas: “Sensaciones de acrobacia aérea, una hoja seca y dos vrilles”. Casi todas las crónicas de Ernie Pyle en la Segunda Guerra Mundial están atravesadas por su presencia permanente como protagonista de sus notas. La presencia de este estilo aflora, entre otros, en Jack Kerouac y Truman Capote.

Ocurre que esta pandemia, vista en tiempo real, nos ofrece una serie de relatos que superan la imaginación más afiebrada y que daría para relatos desopilantes si dejamos de estar amancebados con nuestros teclados. Está el caso del guardacostas de la gloriosa flota bolivariana que, intentó desviar de su ruta a un barco de turismo alemán dizque, “navegar en aguas territoriales”, mientras se dirigía a la isla de Curazao. Verificada su posición y rumbo, el capitán del Resolute, se comunicó con el capitán del Naiguatá, el guardacostas bolivariano, para informarle de que su posición era correcta y estaban en aguas internacionales, la respuesta fueron varios tiros de pistola paro luego arremeter con la proa del Naiguatá contra la del Resolute, para obligarlo a cambiar el rumbo hacia aguas territoriales venezolanas. Un pequeño detalle, el Resolute es un navío con casco de acero reforzado, porque es un pequeño rompehielos, diseñado para turismo en zonas polares. Resultado, el Naiguatá tuvo un rumbo a proa y se hundió.

Está también el caso de un pastor fundamentalista estadounidense que sostenía que la fe en Dios superaría al flagelo oriental e insistió en dar misas masivas en lugares cerrados ─intento seguido por otras iglesias, entre otros en dar una misa en la catedral de Toledo─; el pastor y varios de sus acólitos están en la paz del señor, Dios salva, el coronavirus es el camino.

Dentro de los “capitanes negadores del coronavirus” figuran Donald Trump, Boris Johnson ─quien aprendió de la peor manera─ y Manuel López Obrador, los resultados están a la vista; todos superados por Jair Bolsonaro, también con resultados a la vista. Del otro lado está quien dijo, sin ponerse colorado “China ganó la tercera guerra mundial sin disparar un arma” ─me acude la reflexión de Abraham Lincoln, ¿o fue Mark Twain? “más vale quedarte callado y que sospechen de tu necedad que hablar y disipar cualquier duda”─. Suma de necedades homicidas, Satis eloquentiae, sapientiae parum, (mucha elocuencia, poca inteligencia) en los decires de Salustio, que no escaparían de la pluma de Erasmo si resucitara y resolviese reescribir El elogio de la estulticia, edición corregida y aumentada.

Y el coronavirus sigue dando vuelta valores tradicionales. Los ayer enemigos públicos número uno son ahora salvadores y guardianes de la salud de los más carenciados. En México, ya no llegan los precursores chinos ─fundamentales en la elaboración de drogas de diseño─, está cayendo el suministro a su principal cliente en el norte y muchos carteles están tomando el rol de policía sanitaria. Otro tanto está ocurriendo en favelas de Río de Janeiro, donde los grupos de narcotraficantes tomaron bajo su control, el cuidado y mantenimiento de medidas sanitarias en sus territorios. Lords of war del narcotráfico y sus huestes devenidos en filántropos supliendo deficiencias sanitarias que los estados mantuvieron abandonadas.

En el resto del mundo crecen las denuncias contra la nueva forma de capitalismo del celeste imperio: “te regalo la pandemia, y después te vendo los insumos para combatirla”, capitalismo salvaje en estado puro. Crecen las denuncias, de medios como la BBC y DW, por los productos chinos defectuosos que les han vendido, mascarillas y testers truchos de resultas de lo cual han fallecido médicos y enfermeros.

Ciertamente la historia ha de pasar en algún momento, los responsables deberán responder por esta mezcla de irresponsabilidad y mercantilismo salvaje y ser sancionados. El lugar donde esto se ha de dirimir será la ONU, pero China tiene derecho a veto, aunque también lo pueden ejercer los otros miembros si los tiempos políticos así lo demandaren, arcana imperii (secretos de estado) según los decires de Tácito. Cosas veremos si sobrevivimos.





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