Con esa parte blanda y tibia de las manos, la tomó. Abrazó su espalda y después ese lado oculto bajo las rodillas, hueco escabullido a las miradas.
Las manos y los brazos erguidos hicieron un vértice al revés con el cuerpo de esa mujer.
El varónbandoneón bajó el torso, entornó los ojos, acomodó la cara en la almohada de sus piernas y rozó con los oídos a ése bandoneónhembra. Escuchó el aire apretado entre los pliegues, pulsó las cuerdaspellejo y encendió el encuentro.
La caja de ésa piel se extendió sobre los muslos y en redondas notas graves alargó los últimos compases. La música resopló blanda, tibia, en las manos, en los brazos, en el pecho.
Graciana Dilarregui |